Me considero una romántica. Y sí,
a veces puedo ser muy cursi y tal pero no creo que haya nada malo en ello.
Yendo en el metro o cualquier
transporte público he observado que ya nada es igual. Somos un cúmulo de
personas que comparten un mismo espacio pero que no nos comunicamos entre
nosotros, únicamente con los que ya conocíamos. Y aquellos que van solos, o bien
van callados observando de lado a lado, encerrados tras la pantalla de un móvil
o tablet chateando, o bien sordos ante una sinfonía de canciones. E incluso
siguen los más clásicos perdiéndose en las hojas de un libro.
Mis padres, por poner uno de
tantos ejemplos, se conocieron en un autobús y no les fue tan mal si a día de
hoy siguen juntos y han tenido dos hijas. A lo que vengo a decir es a que ese
tipo de historias parece haber muerto últimamente. Hemos transformado el mundo
que nos rodea en insensible, aislado y muy sociable tras pantallas y teclados
táctiles pero poco sociable cara a cara. Ya que parece que pesen más un par de
mensajes por whatsapp que no una visita inesperada o un abrazo, en definitiva
parece ser que se han sustituido los besos por emoticonos.
Ha llegado a tal punto que quien
sueña con estas historias, que antes eran reales y no de película, es acusado
de cursi, iluso, fantasioso y ha provocado que haya a gente que hasta le cueste
expresar lo que siente por miedo, ya sea al rechazo, a lo que los demás opinen
o al propio sentimiento.
Alguna historia de amor se salva,
no iban a ser todas iguales, pero son tan pocas, que están en peligro de
extinción. Igual que el romanticismo.
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